La sociedad puede ejercer su acción opresora sobre el individuo valiéndose de los órganos coercitivos del poder político; pero, además, y al margen de ellos, "puede ejecutar y ejecuta sus propios decretos; y si los dicta malos o a propósito de cosas en las que no debiera mezclarse, ejerce una tiranía social más formidable que cualquier opresión legal: en efecto, si esta tiranía no tiene a su servicio frenos tan fuertes como otras, ofrece en cambio menos medios de poder escapar a su acción, pues penetra mucho más a fondo en los detalles de la vida, llegando hasta encadenar el alma".

Todo el libro de Mill es una voz de alerta frente a este nuevo y formidable poder que inicia su marcha ascendente, frente a este peligro —la absorción del individuo por la sociedad— que. se alza como henchida nube de tormenta sobre el horizonte del mundo civilizado.

Mill intuye certeramente —y hasta cree descubrir en ello una especie de ley histórica— el signo creciente de esta absorción, y lo denuncia sin vacilaciones como el nuevo enemigo de la libertad. Ya "no basta la protección contra la tiranía del magistrado, puesto que la sociedad tiene la tendencia: 1°, de imponer sus ideas y sus costumbres como reglas de conducta a los que de ella se apartan, por otros medios que el de las penas civiles; 2°, de impedir el desenvolvimiento y, en cuanto sea posible, la formación de toda individualidad distinta; 3°, de obligar a todos los caracteres a modelarse por el suyo propio". La cosa es grave, porque "todos los cambios que se suceden en el mundo producen el efecto de aumentar la fuerza de la sociedad y de disminuir el poder del individuo", y la situación ha llegado a ser tal que "la sociedad actual domina plenamente la individualidad, y el peligro que amenaza a la naturaleza humana no es ya el exceso, sino la falta de impulsiones y de preferencias personales".

Cuando las libertades políticas elementales han dejado de ser cuestión, y como consecuencia de haber dejado de serlo, se levanta un nuevo poder, el de la mayoría, o, para decirlo con palabra más propia y actual, que también emplea Mili, el de la masa, que representa un peligro más hondo que el del Estado, puesto que ya no se limita a amenazar la libertad externa del individuo, sino que tiende a "encadenar su alma", o, lo que es equivalente, a destruirlo interiormente como tal individuo. Ahora bien, "todo lo que destruye la individualidad es despotismo, désele el nombre que se quiera".

La colectivización, la socialización del hombre —y no en el aspecto económico, naturalmente, sino en el más radical de su espiritualidad—: he ahí la sorda inminencia que rastrea Mill, y ante la que yergue su mente avizor. En haber centrado en ella el eje de su doctrina de la libertad estriba su indiscutible originalidad y lo que hace de su libro, por encima de todas las ideas parciales y ya definitivamente superadas que en él puedan aparecer, un documento todavía vivo, una saetilla mental que viene del pasado a clavarse en la carne misma de los angustiadores problemas de nuestro tiempo. Porque, no vale engañarse: la libertad sigue formando parte esencialísima de nuestro patrimonio espiritual, sigue siendo uno de los pocos principios que en el hombre de hoy aún mantiene vigente su potencia ilusionadora. No podemos, aunque queramos, renunciar a ella, so pena de renunciar a nuestro mismo ser. Como dice Mill, no hay libertad de renunciar a la libertad. Necesitamos, es cierto, una nueva fórmula de ella, porque su centro de gravedad se ha desplazado otra vez; pero por eso, justamente, nos interesa conocer las actitudes del pasado ante semejantes desplazamientos, y sobre todo aquellas que, como la de Mill, nos son tan próximas que alcanzan ya a punzar en las zonas doloridas de nuestra sensibilidad.

Leed los párrafos siguientes y juzgad si no hay en ellos un sutil presentimiento del "hecho más importante de nuestro tiempo" (es expresión de Ortega), cuyo pleno y luminoso diagnóstico, en forma de "doctrina orgánica", no se realizó hasta el año 1930, en ese libro, impar entre los de nuestro siglo, que se llama La rebelión de las masas: "Ahora los individuos —escribe Mill— se pierden en la multitud. En política es casi una tontería decir que la opinión pública gobierna actualmente el mundo. El único poder que merece este nombre es el de las masas o el de los gobiernos que se hacen órgano de las tendencias e impulsos de las masas"... "Y lo que es hoy en día una mayor novedad es que la masa no toma sus opiniones de los altos dignatarios de la Iglesia o del Estado, de algún jefe ostensible o de algún libro. La opinión se forma por hombres poco más o menos a su altura, quienes por medio de los periódicos, se dirigen a ella o hablan en su nombre sobre la cuestión del momento". . . "Hay un rasgo característico en la dirección actual de la opinión pública, que consiste singularmente en hacerla intolerante con toda demostración que lleve el sello de la individualidad". . . Los hombres "carecen de gustos y deseos bastante vivos para arrastrarles a hacer nada extraordinario, y, por consiguiente, no comprenden al que tiene dotes distintas: le clasifican entre esos seres extravagantes y desordenados que están acostumbrados a despreciar".. . "Por efecto de estas tendencias, el público está más dispuesto que en otras épocas a prescribir reglas generales de conducta y a procurar reducir a cada uno al tipo aceptado. Y este tipo, dígase o no se diga, es el de no desear nada vivamente. Su ideal en materia de carácter es no tener carácter alguno marcado". .. "En otros tiempos, los diversos rasgos, las diversas vecindades, los diversos oficios y profesiones vivían en lo que pudiera llamarse mundos diferentes; ahora viven todos en grado mayor en el mismo. Ahora, comparativamente hablando, leen las mismas cosas, escuchan las mismas cosas, ven las mismas cosas, van a los mismos sitios, tienen sus esperanzas y sus temores puestos en los mismos objetos, tienen los mismos derechos, las mismas libertades y los mismos medios de reivindicarlas. Por grandes que sean las diferencias de posición que aún quedan, no son nada al lado de las que han desaparecido. Y la asimilación adelanta todos los días. Todos los cambios políticos del siglo la favorecen; puesto que todos tienden a elevar las clases bajas y a rebajar las clases elevadas.