Le pareció que el lecho estaba vacío. Aguardó, sin embargo, a que su corazón y sus pulmones se tranquilizaran. Advirtió, cada vez con mayor nitidez, que estaba solo en la habitación. Sin hacer el menor ruido, se acercó a la cama: evidentemente, esa noche nadie había dormido allí.
Ketten se deslizó a través de habitaciones, corredores y puertas que nadie habría podido encontrar sin la ayuda de un guía, y así llegó a la alcoba de su mujer. Escuchó y aguardó, pero no le llegó ni un murmullo.
Entró en la pieza: la portuguesa dormía y respiraba suavemente. Ketten se inclinó hasta los rincones más oscuros, y cuando al fin salió de la alcoba hubiera cantado, tanta era la increíble alegría que experimentaba.
Recorrió todo el castillo, pero ahora las tablas del piso y las baldosas sonaban bajo sus pasos, tal como si fuera al encuentro de una alegre sorpresa. En el patio, un centinela quiso saber de quién se trataba, y él aprovechó para preguntarle por el huésped. El hombre respondió que el extranjero se había ido en el instante mismo en que asomaba la luna. Ketten se acomodó sobre una pila de madera a medio descortizar, y el centinela se asombró al ver que permanecía allí durante tanto tiempo. De pronto, Ketten tuvo la certeza de que, si volvía a la alcoba de la portuguesa, ya no la encontraría. Golpeó con fuerza en la puerta y entró. La joven se comportó exactamente como si, en su sueño, hubiera estado esperando eso. Lo vio de pie frente a ella, vestido en la misma forma que cuando la había dejado. Nada se había probado; nada tampoco estaba borrado. Pero ella no hizo preguntas y él, por su parte, nada hubiera podido preguntar. Descorrió la pesada y ruidosa cortina de la ventana, detrás de la cual todos los Catene habían nacido y habían muerto.
«Si Dios llegó a convertirse en hombre, también puede llegar a convertirse en gato», dijo la portuguesa. Ante semejante blasfemia, él tendría que haberle tapado la boca con su mano, pero ambos sabían que ni una sola palabra saldría jamás de aquellos muros.
TONKA
(Tonka, 1922)
I
Junto a una valla. Un pájaro cantaba. El sol ya se había escondido allá detrás de los arbustos. El pájaro callaba.
Era casi de noche. Los jóvenes campesinas se acercaban cantando a través de los campos. ¡Qué detalles! ¿Es meticulosidad, cuando estos detalles persiguen a una persona? ¿¡Cómo una sombra!? Así era Tonka. A veces lo infinito cae de gota en gota.
Está también el caballo rubicón, atado al tronco de un sauce. Era el año de su servicio militar. No es ninguna casualidad que fuera el año del servicio, ya que nunca se está tan despojado de sí mismo y de las propias obras como en esa época de la vida, cuando una fuerza desconocida lo desnuda a uno hasta los huesos. En ese tiempo quedamos menos protegidos que nunca.
¿Pero había sido siempre así? No, se lo había compuesto todo más tarde. Esto era el cuento; ya no sabía distinguirlo de la realidad. En la realidad ella vivía en casa de su tía cuando él la conoció. Y de vez en cuando, la prima Julie les hacía una visita. Así es.
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