Mi ánimo rechaza todo el presente orden social y el cristianismo —el hogar, las virtudes reconocidas, las clases en la vida y las doctrinas religiosas. ¿Cómo podría gustarme la idea del hogar? Mi hogar ha sido simplemente un asunto de clase media echado a perder por hábitos de derroche que he heredado. A mi madre la mataron lentamente los malos tratos de mi padre, años de dificultades, y la franqueza cínica de mi conducta. Cuando le miré a la cara, tendida en el ataúd —una cara gris, consumida por el cáncer—, comprendí que miraba la cara de una víctima y maldije el sistema que la había hecho ser víctima. Éramos diecisiete en la familia. Mis hermanos y hermanas no son nada para mí. Sólo un hermano [Stanislaus] es capaz de comprenderme. Hace seis años dejé la Iglesia Católica odiándola con el mayor fervor. Encontraba imposible para mí seguir en ella a causa de los impulsos de mi naturaleza. Le hice la guerra en secreto cuando era estudiante y rehusé aceptar las posiciones que me ofrecía. Con eso, me he hecho un mendigo pero he conservado mi orgullo. Ahora le hago la guerra abiertamente con lo que escribo y digo y hago. No puedo entrar en el orden social sino como vagabundo. He empezado a estudiar medicina tres veces, derecho una vez, música una vez. Hace una semana estaba arreglando marcharme como actor ambulante. No pude poner energía en el plan porque no dejabas de tirarme del codo…

(Es curioso que el rompimiento de Joyce con el catolicismo se planteara a nivel meramente ético —y aun biológico— y no doctrinal: luego, en la época de Ulises, Joyce será fríamente neutral ante lo cristiano y lo religioso en general, sólo atento a usarlo a efectos de lenguaje —y, por un malentendido estético e intelectual, concediendo siempre preferencia al catolicismo, «absurdo coherente», sobre el protestantismo, «absurdo incoherente». En otro orden de convicciones, Joyce se consideró inicialmente socialista —y no sólo por esperanzas de un Estado que subvencionara a escritores y artistas—: luego perdió todo interés por lo político —en [17], a través de Bloom, su interés por las mejoras de la sociedad estará enfriado por la convicción de que la humanidad siempre lo echará a perder todo con sus tonterías, «vanidad de vanidad».)

Pero cerremos este paréntesis y volvamos a la primavera de 1904: la carta que citábamos es del 29 de agosto: el 16 de junio había sido la primera vez que James y Nora salieron a dar un paseo nocturno, y ésa sería la fecha del día de UlisesBloomsday, se le suele llamar, a la vez como alusión al protagonista, señor Bloom, y al Doomsday, Día del Juicio—; fecha conmemorada hoy día por algunos joyceanos con ritos tales como comer un riñón de cerdo con el desayuno de té y tostadas ([4]). Sin embargo, en «reorganización retrospectiva» —frase también dilecta en Ulises—, Joyce trasladará a esa fecha algo que de hecho ocurrió en septiembre, y que, adscrito a la personalidad de Stephen Dedalus, forma el episodio inicial de Ulises: con su amigo el estudiante de medicina y alevín literario Oliver St. John Gogarty (en Ulises, Buck Mulligan) y un estudiante inglés interesado en la lengua y las tradiciones irlandesas (Trench: Haines en el libro), se instaló, cerca de Dublín, en una de las torres llamadas «Martello», fortificaciones cilíndricas construidas en 1804, en número de varios centenares, por las costas británicas, contra posibles desembarcos napoleónicos, y entonces, un siglo después, cedidas en barato alquiler a quien tuviera la humorada de meterse en tales construcciones. Por lo que se puede ver en [1], la idea de los jóvenes era establecer en esa redonda morada el ómphalos, el ombligo de una gestación cultural, una helenización de Irlanda con signo anticasticista. Pero la convivencia no duró más que una semana, y, según se alude en el libro, terminó literalmente a tiros, dirigidos contra unas cacerolas que colgaban sobre la cabecera de Joyce. Gogarty fue luego importante médico y ocasional escritor —autor subterráneo de poesías irreverentes y/u obscenas, como la «Balada del Jovial Jesús», algunas de cuyas estrofas vemos recitar a Buck Mulligan en [1]: en Ulises, además de propenso al humor impío, aparece como el Judas traidor a Stephen Dedalus— a quien deja a la intemperie, sin llave ni posibilidades de volver a la torre Martello, después de pelearse a puñetazos con él, en episodio no presentado directamente en Ulises, pero aludido en [15] y [16]. En la vida real, Joyce atribuyó a instigaciones de Gogarty cierto episodio posterior, uno de los más amargos de su vida: la calumniosa pretensión de cierto común amigo de haber disfrutado de los favores de Nora mientras ésta empezaba a salir con Joyce. Su vendetta literaria contra Gogarty fue eternizarle en forma de Buck Mulligan.

Pero, volviendo a junio de 1904, seis días después de su primer paseo con Nora, y al parecer todavía sin ánimo de guardarle a ésta fidelidad corporal, Joyce tuvo otra aventura nocturna cargada de porvenir: al dirigirse a una muchacha —«en vocativo femenino», dirá en [15]— su miopía no le dejó advertir que iba seguida por un acompañante militar, que le derribó de un puñetazo. De su desplome le ayudó a salir —«de la manera más ortodoxamente samaritana» [16]— cierto judío famoso por las infidelidades de su mujer. Más adelante, Joyce, estando en Roma, como empleado bancario, entre julio de 1906 y febrero de 1907, pensó utilizar este episodio para una nueva estampa de la serie Dublineses, bajo el título Ulises: un noctámbulo, vagabundo como Ulises, vuelve a su Ítaca doméstica con ayuda de un judío. La tentación de la caricatura cultural y literaria era muy fuerte: el Judío Errante se hermana con el Griego Navegante para salvarle y restituirle a su ómphalos: la síntesis cultural judeo-helénica, etc., etc. Pero quizá ese mismo título, Ulises, sacaba el proyectado relato fuera del punto de vista inmediato y directo de Dublineses: el hecho es que Joyce lo dejó en su memoria hasta que se convirtió en el germen de su libro, donde se sitúa hacia el final de [15].

En septiembre de 1904, James Joyce, desahuciado de la torre Martello, peleado con los devotos del renacimiento cultural irlandés, y terriblemente —pero aún castamente— apasionado por Nora, decidió marcharse de Irlanda de cualquier modo, llevándose sólo a su amada. Por un anuncio de un agente, creyó encontrar un empleo enseñando inglés en la Berlitz School de Zürich, a donde llegó, con la ya definitiva compañía de Nora, sin preocuparse de formalizaciones matrimoniales —que no tendrían lugar hasta 1931, siendo ya mayores sus dos hijos, el bajo cantante Giorgio y la artista demente Lucia. Llegados a Zürich, resultó que no había tal empleo: sí lo había, en cambio, en la Berlitz School de Pola, la ciudad adriática entonces austrohúngara, luego italiana, hoy yugoslava.