––(Arqueando sus dos preciosas cejas.) ¿Está usted aquí? No tenía idea de que asistía a las re­uniones de política.

LORD GORING. ––Las adoro. Son el único sitio en donde la gente no habla de política.

LADY BASILDON. ––Me agrada hablar de política. Hablo todo el día. Pero no puedo soportar el escuchar. No sé cómo pueden aguantar esos largos debates los miembros de la Cámara.

LORD GORING. ––Porque nunca escuchan.

LADY BASILDON. ––¿De veras?

LORD GORING. ––(En su más serio tono.) Naturalmente. Es algo muy peligroso escuchar. Si uno escucha, lo pueden convencer; y un hombre que permite que lo convenzan con argumentos es una persona de los más irracional.

LADY BASILDON. ––¡Ah! Eso explica a los hombres que nunca he entendido, y también a las mujeres que no son apreciadas por sus maridos.

MISTRESS MARCHMONT. ––(Con un suspiro.) Nuestros maridos nunca nos aprecian. ¡Tenemos que recurrir a otros hombres por eso!

LADY BASILDON. ––(Enfáticamente.) Sí, siempre tenemos que hacer eso, ¿verdad?

LORD GORING. ––(Sonriendo.) ¡Y que digan eso las mujeres que tienen los más admirables maridos de Londres!

MISTRESS MARCHMONT. ––Eso es exactamente lo que no podemos soportar. Mi Reginald no tiene ningún defecto. ¡Por eso a veces es inaguantable! No siento ni la más pequeña emoción cuando estoy con él.

LORD GORING. ––¡Qué terrible! Realmente ese asun­to debía ser más conocido.

LADY BASILDON. ––Basildon es igual de malo; es tan hogareño como si estuviese soltero.

MISTRESS MARCHMONT. ––(Cogiendo la mano a lady Basildon)¡Mi pobre Olivia! Nos hemos casado con mari­dos perfectos y somos castigadas por ello.

LORD GORING. ––Yo pensaría que eran sus maridos los castigados.

MISTRESS MARCHMONT. ––¡Oh, no, querido! ¡Ellos son los más felices del mundo! Y en cuanto a confiar en nosotras, confían tanto que es ya algo trágico.

LADY BASILDON. ––¡Perfectamente trágico!

LORD GORING. --¿O cómico, lady Basildon?

LADY BASILDON. ––Cómico no, lord Goring. ¡Qué poco amable es usted al decir tal cosa!

MISTRESS MARCHMONT. ––Temo que lord Goring esté en el campo enemigo, como de costumbre; lo vi hablar con esa mistress Cheveley cuando entró.

LORD GORING. ––¡Bella mujer mistress Cheveley!

LADY BASILDON. ––Por favor, no ensalce a otras muje­res en nuestra presencia. ¡Debía haber esperado a que lo hiciésemos antes nosotras!

LORD GORING.