Era usted el secretario de lord Radley cuando el Gobierno compró las acciones del canal de Suez, ¿verdad?
SIR ROBERT CHILTERN. ––Sí. Pero el canal de Suez era una empresa muy grandiosa y espléndida. Nos daba una ruta directa para la India. Tenía gran valor para el imperio. Era necesario que estuviese bajo nuestro control. Ese proyecto argentino es una vulgar estafa bursátil.
MISTRESS CHEVELEY. ––¡Una especulación, sir Robert! Una brillante y osada especulación.
SIR ROBERT CHILTERN. ––Créame mistress Cheveley, es una estafa. Llamemos a las cosas por su propio nombre. Eso las simplifica. En el Ministerio tenemos toda la información sobre el asunto. En realidad yo envié una comisión especial para investigar el asunto privadamente y me dijeron que los trabajos apenas habían empezado, y en cuanto al dinero ya suscrito, nadie parecia saber qué se había hecho de él. Todo esto es como un segundo Panamá, y tiene la cuarta parte de posibilidades de éxito que tuvo aquel otro endemoniado asunto. Espero que no haya invertido usted nada en él. Estoy seguro de que es usted demasiado inteligente para hacer eso.
MISTRESS CHEVELEY. ––He invertido mucho dinero en ese proyecto.
SIR ROBERT CHILTERN. ––¿Quién la indujo a hacer tal tontería?
MISTRESS CHEVELEY. ––Un viejo amigo suyo... y mío.
SIR ROBERT CHILTERN. ––¿Quién?
MISTRESS CHEVELEY. ––El barón Arnheim.
SIR ROBERT CHILTERN. ––(Frunciendo el ceño.) ¡Ah, sí! Recuerdo haber oído, cuando murió, que había estado mezclado en todo ese asunto.
MISTRESS CHEVELEY. ––Esa fue su última aventura. Su penúltima, para ser justos.
SIR ROBERT CHILTERN. ––(Levantándose.) Pero no ha visto usted todavía mis Corots. Están en el salón de música. Los Corots parecen ir con la música, ¿verdad? ¿Puedo enseñárselos ahora?
MISTRESS CHEVELEY. ––(Moviendo la cabeza) No estoy de humor esta noche para ver plateados amaneceres ni rosadas puestas de sol. Quiero hablar de negocios.
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